El Bulto, o lo que ahora se conoce como tal, lo hace por simple extensión del barrio que nació con ese nombre, que según afirma Víctor Heredia, historiador especializado en economía de la UMA. “El Bulto era la zona del Arroyo del Cuarto, donde ahora está la calle Jacinto Verdaguer y se construyó en 1860″, asegura, a la vez que apunta que fue el primer barrio obrero de Málaga, “con sus corralones”, y que formó parte de lo que luego fue el núcleo industrial que se extendía más allá de Huelin y una zona de Altos Hornos que se encontraba donde hoy se levanta el parque que lleva el nombre del barrio.
Como en El 47, la reciente y premiada película que narra los primeros años de Torre Baró, en Barcelona, El Bulto creció al amparo de sus vecinos, “como un barrio obrero, pobre, pero no marginal”, con sus moradores trabajando bien en el pescado, bien en la industria. Además, en una zona que estaba ya muy marcada por las vías del ferrocarril –que se mantienen a día de hoy y deben soterrarlas– y por la falta de comunicación, “ni había paseo marítimo siquiera, ya no como equipamiento, sino como vía para desplazarte” con el resto de la ciudad.
Pero fue en los años 60 y 70 cuando “se desarrolló un chabolismo muy patente“, una vez ya las industrias habían dicho adiós hacía tiempo a la ciudad y lo que quedaba en la zona eran los restos de pescadores que ya, con el crecimiento del Puerto, habían dejado de acudir al Playazo de la Pescadería (en el actual Muelle Heredia).
Un barrio en calma
Pasando el mediodía de este miércoles 22 de enero, sólo horas después de que el Consejo de Urbanismo diese luz verde (con los votos en contra de PSOE y Con Málaga) al concurso para elegir a la empresa privada que termine por dibujar cómo quedará el barrio, además de hacer los primeros trabajos de urbanización, en El Bulto se vivía una calma chicha, ajeno a todo lo que había pasado sólo unas calles más allá. En las 31 viviendas que delimitan las pequeñas casitas que otrora fueran de obreros y pescadores, el movimiento destacaba por su ausencia y sólo un hombre que descansaba en un colchón tirado en una esquina con vistas al edificio de Usos Múltiples municipal era capaz de emitir algún sonido, del que difícilmente podía entenderse alguna palabra.
De la calle López Pinto salía otro hombre, que de mal humor decía no vivir en la zona: estaba de paso y parecía no haber podido conseguir aquello que había venido a buscar, por las maledicencias que farfullaba. Sí que seguía aparcada multitud de vehículos junto a la entrada de la Casa del Sagrado Corazón (más conocida como Cottolengo), pero todos ellos parecían esperar a horas más cercanas a la salida de trabajos o colegios para romper con la quietud.
Cottolengo será uno de los edificios que haya que reubicar en la nueva ordenación de la parcela, además de priorizar que siga abierto durante el tiempo que duren las obras de urbanización del mismo. No correrán la misma suerte, al menos no todos, los vecinos de las 31 casas que aún resisten en el barrio. El motivo es simple, muchos de ellos ni siquiera cuentan con la propiedad inscrita de las mismas, por lo que es difícil establecer el marco jurídico para su compensación. Y esto a pesar de que en la ficha urbanística se dibuja espacio para 82 viviendas de protección oficial, que deberán destinarse a la reubicación de los residentes. Al menos en primer lugar.
Esto entrañará dificultades, en tanto que muchos de los vecinos no cuentan como propietarios de las viviendas, según señaló Carmen Casero, concejala de Urbanismo, el pasado viernes. “La empresa tendrá que hacer como en El Perchel, ayudar y reubicar, aunque no tengan derechos”, asegura Francisco Pomares, concejal de Vivienda.
Un documental premiado
Por allí pasó mañanas y tardes de infancia el cineasta malagueño Manuel Jiménez. Su abuela vivió en una de las calles pobladas de corralones y su madre y, sobre todo, su tío, crecieron en esas calles a escasos metros del mar, cuando San Andrés aún era un playazo y el paseo marítimo estaba lejos, siquiera, de ser un proyecto. “Mi madre me contaba que era un barrio pobre, pero no peligroso. La gente era humilde, trabajadora”, afirma. Algo distinto era cuando él iba a visitar a su abuela, “yo era el nieto de Pepa y lo veía muy normal, porque, claro, iba a visitar a mi abuela, pero ya había cierta delincuencia, empezaba a ser un barrio delicado”.
Jiménez, que nació en los primeros 70, empezaba a despegar en el mundo audiovisual en 2009 y se decidió por volver a sus raíces, hablar con su madre y con su tío y hacer un corto documental sobre el barrio. Para Hombres de sal le llevó a montar a su tío y otro amigo, pescador él, del barrio en una barca y grabarlos recordando –y romantizando como sólo se puede hacer con la infancia y la juventud– lo vivido en el barrio cuando aún eran pescadores y obreros quienes marcaban el día a día.
Más tarde, viendo el éxito que había tenido el corto documental, pensó en extenderlo y le pidió a su tío ir al bloque de pescadores. “Al final decidimos que no, porque se había convertido en otra cosa, era ya algo distinto a lo que quería contar“, asegura Jiménez, aludiendo a la transición del obrero y pescador a la cierta marginalidad, con lo que esto conlleva.
Fueron estos los últimos años antes de que el Ayuntamiento acabase por solucionar este punto negro que cada vez estaba más cerca del centro de la ciudad por la vía de la piqueta. En 2012, muerto el perro se acabó la rabia, las 36 familias que vivían allí fueron realojadas –el Ayuntamiento, además, pagó sus alquileres– a García Grana, Soliva o viviendas de alquiler en las proximidades. Rafael Albanés, aquel 4 de septiembre, veía como derrumbaban su casa, y pese a sentirse triste por perder parte de su pasado, veía bien la operación “si era buena para la ciudad”, pero no dejaba de recordar que al final, “todo esto es un gran negocio. Queda libre un terreno en primera línea de playa“, una opinión que los demás vecinos allí reunidos compartían.
Nueva centralidad
Quizá fue la caída de este bloque lo que desató que, más de una década después, el Plan Estratégico de Málaga dibujara en el barrio una de sus nuevas centralidades –a la altura de La Malagueta–. Con las faldas de la Estación de Tren como testigo, el entorno está centrando muchas de las grandes inversiones que se espera den la vuelta a la ciudad.
De momento ya está cerrada la inversión para renaturalizar y quitarle espacio a la calzada en Huelin, entre la propia estación y El Bulto, en una suerte de supermanzana a la barcelonesa que promete facilitar y mejorar la vida de los vecinos de la zona. En lo que a inversión privada se refiere, hace un año demolieron un antiguo concesionario, sobre el que ya empiezan a levantar un edificio de oficinas de alto nivel. Estas, además, mirarán al que algunos han osado llamar el Puerto Banús de Málaga, la Marina de San Andrés que el Puerto ya ha concedido en su extremo y que vendrá a dar un espacio para la náutica deportiva a escasos metros del tren de alta velocidad que une Málaga con Madrid en menos de tres horas. Debe plantarse como guinda, o eso quiere el alcalde, un nuevo Auditorio de la Música en esos terrenos, que está aún pendiente de encontrar la financiación necesaria, pero que, a buen seguro, terminaría de dar la vuelta a la moneda.
“Terminábamos en El Palo, o donde fuese, y a las 7 tirábamos para El Bulto, a hacer el pescado, con su cervecita, su vinito blanco al que le gustaba…”, dice un amigo al otro para cerrar el documental de Jiménez. “No teníamos otra cosa, estábamos siempre metidos en el barrio. El que era de mar traía el pescado y hacíamos la candela. Pero leña no nos faltaba para la candela”, responde el otro. No se volverá a ver en El Bulto pescado directo de las barcas. Tampoco una candela en la calle. Porque esa Málaga ya fue y ahora dejará paso a una nueva centralidad.